Este tipo de marketing consiste en crear experiencias que conecten al consumidor con la marca, de una manera creativa y dándoles una experiencia que sea memorable y genere un vínculo emocional (¿se acuerdan que hablamos de branding emocional la semana pasada?).
El marketing experiencial no se basa en el producto ni en la marca, sino en las percepciones, emociones y experiencias del cliente. Busca ir a los sentidos y, de esta forma, aportar un valor diferencial que va más allá del producto en sí, logrando un vínculo a largo plazo.
¿Qué debemos tener en cuenta antes de planificar estas experiencias? En primer lugar, es necesario conocer a la perfección a nuestro público. Conociendo qué les gusta, qué no, que tipo de plataformas prefieren, que comportamientos tienen, vas a poder saber si lo que estás planificando va a ser un éxito o no.
Cuando ya sabes para quién va a ser la experiencia, debemos definir los objetivos de la acción, es decir, qué es lo que querés lograr. ¿Estás buscando reconocimiento de marca? ¿Querés fidelizar a tus clientes? ¿Querés captar nuevos clientes? Una vez que sepas qué es lo que querés lograr, llevarlo a la práctica va a ser más fácil porque vas a tener una guía que va a hace que no te desvíes del camino correcto.
Con esa información, arma tu experiencia. Y una vez que concluya, analizá los resultados. Esto te va a ayudar a saber si la experiencia fue positiva o si le erraste y no les gustó, para saber qué no hacer en un futuro.
Un claro ejemplo del marketing experiencial lo vimos con el fenómeno Barbie. Muchísimos cines alrededor del mundo pusieron en sus lobbies un espacio en el que se veía una caja de muñeca gigante y en el que las personas podían entrar a sacarse fotos como si fueran una Barbie real. Esta fue una experiencia sencilla, con un presupuesto no muy exorbitante pero que funcionó a la perfección porque durante los días del estreno las redes sociales se inundaron de fotos de personas jugando a ser Barbies.
